jueves, 1 de junio de 2017

Historia de una adopción

Era el 24 de febrero de 2010 y nos reuníamos en el despacho de una jueza en tribunales de la ciudad de Azul. Ella, tras leer varios papeles dice: “Bueno, a partir de ahora el menor queda a cargo de ustedes, en la forma de guarda provisoria”

Yo sentí que me colocaban una mochila de mil kilos. Mi pierna derecha no dejaba de moverse (síntoma de nerviosismo) mientras uno guardaba una compostura aparentemente serena. Mientras tanto, “Carlitos” no dejaba de moverse, y revisar los cajones del escritorio de la Jueza.

La entrega de un menor a una pareja que busca adoptar es normalmente un momento de gran felicidad. Yo sólo podía sentir preocupación.

La historia comienza mucho tiempo atrás

Tiene que ver con la vida que me tocó vivir; una infancia triste, sufrida, y una adolescencia parecida. Muchos años de pensar que la vida no valía la pena. Pero también de luchar por un futuro mejor.

Ese futuro mejor tardó mucho en llegar, pero de a poco se lograba. Formé pareja, tenía un buen trabajo, y quería vivir todas las cosas que se me habían negado antes. Un hijo no estaba en mis planes por el momento. Tal vez porque ello sería un impedimento para disfrutar de la libertad de horarios, viajar, estudiar, y tantas cosas que se pierden con la llegada de hijos. Y tal vez también un poco de inmadurez emocional para esa responsabilidad.

Al poco tiempo de formar pareja nos dimos cuenta que había problemas de fertilidad. Comenzamos con tratamientos de medicación, de baja complejidad. Pero no resultaban y ya teníamos que viajar a Buenos Aires por tratamientos más complejos, caros y con los mismos resultados. La última fertilización in vitro produjo un embarazo heterotópico (un embrión dentro del útero y otro afuera) lo que terminó con una operación de urgencia que casi le cuesta la vida. Dijimos que ya basta, no daba para más el tema de los tratamientos. Psicológica y financieramente devastados, decidimos tomarnos un tiempo para recomponernos y luego ver que podía pasar.

Nos anotamos en el Registro de Adoptantes sabiendo que las posibilidades eran pocas, y la lista era muy grande. Yo tampoco estaba demasiado convencido por la idea de adoptar, pero tampoco quería cortar la ilusión de mi esposa. Era una aventura para la que pensaba no estar preparado, y además no se puede abandonar en mitad de camino. Eso me preocupaba mucho. Es un viaje de ida…

Después de un par de años de espera, y renovaciones burocráticas en Tribunales, nos avisan que hay un nene en un Hogar, que estaría en condiciones de ser adoptado. Tras hacer las gestiones, logramos visitarlo un sábado de noviembre a la tarde para salir a tomar un helado.

Todo salió bien y pronto hubo otra cita más, esta vez en mi casa, para almorzar. Muchos nervios, y los miedos de estar comenzando algo que no sabíamos cómo podría terminar.

En el Hogar dónde vivía, la vida no era fácil. Demasiados chicos para ser atendidos por una pareja de ancianos… Se competía por la comida, por los juguetes, por el cariño de los otros. Y estaban desbordados. Nuestro nene tenía casi cinco años y no se le entendía mucho de lo que hablaba. Falta de contención y educación.

Llegar al Hogar un sábado a la tarde y la escena de ver un nene y una nena parados tomados de la mano, esperando que alguien los vaya a buscar, era conmovedora. Un chico a esa edad (cuatro o cinco años) no tiene que andar buscando una familia, tiene que estar pensando en jugar y disfrutar. Y muchos no conocían otra vida más que esa. Cómo Carlitos, separado de su madre a los seis meses por maltrato. Una médica me dijo una vez que lo que los niños viven los primeros tres años de vida queda gradado en su subconsciente y los afecta para siempre. Carlitos sólo había vivido abandono, violencia, tristeza e incertidumbre. Una vez lo buscamos unas horas antes de lo previsto y estaba con mucho sueño. Mi cuñada, que es médica, me dice al verlo “a este chico le dieron algo para dormir…” Sólo ellos saben lo que han pasado, lo que han sufrido en esos Hogares.

Y luego fue pasar las Fiestas juntos. Y unos días de vacaciones. Así llegó el día de febrero (había pasado poco tiempo) en que fuimos citados en Tribunales y la jueza nos otorgó la guarda provisoria.

El inicio de la convivencia no fue fácil. Para nada. Además de las dificultades para hablar, y hacerse entender, se enojaba fácilmente. Rompía todo, y se peleaba con todos. La adopción de un nene de casi cinco años es diferente a la de un bebé, en la que uno establece un vínculo afectivo cuando el bebé depende totalmente de sus padres. Acá había que establecer un vínculo afectivo con un chico más grande, que ya tiene sus pensamientos, su historia de dolor y bronca, que muchas veces te rechaza, y te agrede. Es un círculo vicioso difícil de romper. Y es cuando fracasan muchas adopciones porque no pueden llevarse bien.

Empezó el jardín en nuestra localidad, y a cada rato nos llamaban por problema de conducta. Al año siguiente debía comenzar con la escuela primaria, pero no estaba preparado por lo que solicitamos una “permanencia” por un año más en Jardín. Eso lo ayudó a llegar mejor preparado, más tranquilo a primer grado.

Muchas veces nos reclamaba que quería conocer a su familia “verdadera”. Él se imaginaba una familia feliz que la jueza había separado. De a poco se fue dando cuenta de la realidad, de que había vivido cosas muy feas, desde que nació. Tiene varias cicatrices en la cara y a veces me preguntaba de qué eran, y yo le decía que no sabía, que ya las tenía cuando llego a casa.

Un día fuimos a un otorrinolaringólogo porque no podía respirar por la nariz, especialmente al acostarse. Cuando lo revisa el profesional nos dice preocupado: este chico tiene el tabique desviado, ha sufrido mucha violencia de chico, ustedes sabían?. Y le respondimos que no, que él estaba con nosotros desde hacía poco tiempo. El nene se puso mal y se dio cuenta no podía soñar con una familia que no existía.

“A mí me abandonaron dos veces” solía decir. Era porque poco tiempo antes de que lo conociéramos, otra familia lo sacaba del hogar los fines de semana. El nene llegó a decirle papá y al poco tiempo adoptaron un bebé traído de otra Provincia y no lo visitaron más en el Hogar.

 Todas estas experiencias le crearon una sensación desconfianza en la gente, de dolor, de abandono. Cuando se pone mal, hay en sus ojos una tristeza tan profunda que no se puede resistir.

 Tiene celos de alguien nuevo que nace en la familia. Ve cómo esa persona recibe mucho afecto y el cariño de todos, mientras que él no tuvo nada de eso. No lo manifiesta mucho, pero es algo que está en su subconsciente; se nota en actitudes, y gestos de desagrado.

 Por años fuimos a psicólogos, terapistas y psicopedagogas. Todo ayudó y nos dio herramientas para mejorar conducta, relaciones y las actividades escolares.


 LA VIDA, HOY

 Tras seis años de convivencia, las cosas van cambiando. De a poco se forma el vínculo afectivo que une a la familia. La adopción ya es definitiva (desde hace poco) y eso ayudó. Tener el mismo apellido lo hace integrar más. Lo conocimos como “Carlitos”, pero al tiempo de estar con nosotros quiso que lo llamemos por su segundo nombre.

 Aún tenemos problemas de conducta, de integración, pero cada vez menos. De a poco se ve la luz al final del túnel. El apoyo de la familia y amigos ha sido importante para nosotros.

 Es muy deportista, le gusta mucho el fútbol, natación y casi todos los deportes. Aunque también compensa eso con un apetito importante, je je. Pero el balance es un chico robusto y alto, que a todos les llama la atención.

 Ha tenido momentos en que uno se enoja mucho, y otros que te hacen llorar de la emoción. Él se da cuenta que uno pone todo de sí para que la familia salga adelante.

 Para él la fecha del 24 de febrero se ha vuelto importante y nos la recuerda cuando se aproxima. Desde el primer año la tradición es salir a cenar ese día y se mantiene.

 A veces sin mediar palabras te da un abrazo y hasta me pide upa, pero con 60 kg que pesa se me complica, ja ja.

 Al decidir adoptar uno sabe que gana y pierde cosas, como en toda decisión. La vida va a ser diferente, y mucho. Se deja de pensar tanto en uno mismo y se prioriza las necesidades del otro. Sobre todo cuando el otro está tan necesitado de afecto y contención. En un mundo marcado por narcisismo y la superficialidad, necesitamos encontrarnos con nuestros valores más profundos y que nuestra conciencia nos diga que es lo correcto. Del mismo modo que nuestros padres se decidieron a tener hijos, uno toma la posta y transmite lo mejor de sí a la próxima generación.

 Sólo quise contar mi historia. No pretende ser un ejemplo ni nada parecido. Cada historia es diferente y única. Y cada uno la vive como quiere, o como puede…